Ariadna, cuyo nombre significa “la más pura”, “la luminosa”, “la sagrada”, no es la doncella abandonada por el héroe, ni el trofeo de un dios, ni la hermanastra de un monstruo. Es símbolo de la mujer en relación consigo mismo, en-sí-misma(da). En introspección. Es la antigua diosa del laberinto interior, del viaje al centro oculto del propio yo, de la danza misteriosa hacia una misma. Es el icono de la mujer autosuficiente y consciente de sí misma, de la metamorfosis de su mismidad. Ariadna, con sus espirales, ondulaciones y meandros, invita a ensimismarnos, a aventurarnos en el conocimiento profundo y a veces peligroso de nuestro ser, a ovillarnos para afrontar el caos que somos, a re-conocernos y empoderarnos. La historia de Ariadna, redundante y sinuosa, es la historia de las mujeres-laberinto, de aquellas que no temen mirar al monstruo ni necesitan ser rescatadas por héroes o dioses.
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